jueves, 24 de septiembre de 2015

¿DONDE ESTÁ EL NÚMERO TRECE?

Hoy las musas afortunadamente han vuelto a llamar a mi puerta y os regalo este relato que he escrito producto de mi imaginación. 

Si me lo permitís se lo quiero dedicar a mi amiga Chari por su ayuda y amistad incondicional, va por ti guapa, es un verdadero lujo contar con tu amistad. 
¿DONDE ESTÁ EL NUMERO TRECE?

Juan tenía que ir a la calle Velázquez y más concretamente al número trece, y con lo supersticioso que era, no quería ni pensarlo, pero allí se encontraba el estudio de un detective privado al cual necesitaba ver con cierta urgencia, ya que si no lo hacía perdería a la que era su mujer. Si no se equivocaban los rumores que le llegaban tenía un amante, cosa que él del todo no se creía porque se conocían desde niños, se habían enamorado después y hasta la fecha no había habido ninguno tipo de problema, es más en su convivencia todo funcionaba a las mil maravillas, de modo que era imposible que Marta le estuviera, como coloquialmente se suele decir “poniéndole los cuernos”.
Se dirigió aquella mañana hacia la calle Velázquez, pero por si acaso era visto por algún conocido de él o su mujer, lo hizo en taxi para no levantar muchas sospechas, a nadie le importaba, si iba a visitar a un maldito detective privado.
Hizo parar al taxista al principio de la calle, le gustaba pasear y aquella calle parecía muy agradable. Subió calle arriba, y pensó que muy lejos no andaría el número trece, pero cuando paso por primera vez no lo veía por ningún sitio, los números pasaban del doce al catorce. No podía ser, pensó que lo habría entendido mal y llamo al detective pero no le cogía el teléfono, de modo que decidió preguntar a algún vecino.
Los parroquianos que había en un bar próximo le dijeron que era el solar que tenía frente a él, que debía de haberse confundido y que no lo habían construido porque los herederos no se ponían de acuerdo. Además en aquel edificio habían pasado unas cosas terribles que preferían no mencionar.
Volvió a llamar al detective, y esta vez sí que le cogió el teléfono. Le dijo que él no había hablado con él, que no le había dado nunca semejante dirección  y que si quería verle, tendría que ser cuando volviera de viaje, que sería al principio de la semana próxima y que le daría la dirección correcta.
Se quedó perplejo, no podía creer que el detective le hubiera dado semejante contestación. Estaba seguro que había hablado con él y que aquella era la dirección correcta.
Dejo pasar unos días, y al cabo de una semana, volvió a llamar al detective pero cuando su ayudante le dio la dirección se quedó atónito, esta vez era la Plaza de San Martín número trece. Esa misma tarde se dirigió a la plaza y busco el número pero le volvió a pasar  lo mismo que en la ocasión anterior. Estaba alucinado. Pensó que aquello era muy extraño y se dirigió al colegio de detectives para averiguar si el hombre con el que había hablado era colegiado y cuál era su dirección. ¡Cuál fue su sorpresa al descubrir que aquel detective no existía, no estaba colegiado en ningún sitio! Todo cada vez se volvía más extraño.
Había llegado la hora de hablar con la persona que le había recomendado el detective dichoso, y ese era ni más ni menos que su socio en el bufete de abogados, Damián. Y cuando hablo con él, este le dijo para su sorpresa que jamás había mantenido conversación alguna sobre su mujer y una posible infidelidad, y mucho menos le había recomendado un detective ¿de dónde demonios se había sacado todo aquello? No lo podía creer ¿tendría algún tipo de trastorno transitorio que le hacía aquella jugarreta?
Pero mira tú por donde por la noche, soñó que se dirigía a la calle Velázquez número trece, encontró el edificio, y por supuesto el despacho detective en dicho número. Se despertó sobresaltado, no podía ser, su pesadilla real la tenía ahora transformada en sueño, se estaba volviendo loco. Su mujer trató de tranquilizarlo y cuando lo consiguió le contó lo que le ocurría y esta se rió a carcajada limpia pero cuando vio la cara de espanto de él  dejo de hacerlo y le dijo que jamás se le ocurría ponerle los cuernos, lo amaba demasiado para eso, aquello solo era un maldito sueño, que le perseguía, y que simplemente no sabía porque le había trastornado tanto.
Así fue como poco a poco Juan fue volviendo a la normalidad y jamás volvió a soñar ni con aquellas direcciones, ni con un detective y su vida volvió a la normalidad.
Un día al salir del trabajo se dio cuenta de que se había dejado el móvil en el despacho, así que regresó y ¡que casualidad! Allí estaban su socio y su mujer, no precisamente manteniendo una conversación cordial. Desde entonces supo que aquello que le atormentaba no fue fruto ni de un maldito sueño ni de un trastorno transitorio, si no de que ellos dos hicieron lo posible para que jamás los descubriera.
Como es lógico Juan se divorció y se marchó de la ciudad y consiguió empezar una nueva vida en otro lugar.

MARIA TERESA
SEPTIEMBRE DEL 2015


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